En un momento de la noche electoral, Mariano Rajoy quiso corroborar que su triunfo era por mayoría absoluta en un aparte. Su expresión lo decía todo. Tras 8 años de opositar y dos sonoros suspensos, tras toda una vida de hacer lo conveniente, de aguantar hasta ataques de depredadores de su misma piña, había ganado su silla en La Moncloa y todo el poder para hacer y deshacer a su criterio. Fue un gesto, casi imperceptible, que helaba la sangre. Ese día ya estaba claro cuanto iba a suceder. “Los electores nos han dado un mandato claro”, dijo varias veces desde entonces.
Ya no hacía falta responder a los periodistas, ni dirigirse a los ciudadanos –ni para prometerles lo que no iba a cumplir aunque por inercia lo siguiera haciendo-. Ni negociar, ni siquiera hacer como que se dialoga. El Congreso de los diputados en la realidad de nuestra estructura…
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